Hace poco leí un artículo en donde se hacía la pregunta: “¿Quiénes son los gamers?” y aunque estoy de acuerdo con todo lo que dice el autor y yo igual creo que esa palabra está muy mal aplicada dentro de la comunidad, siento que estamos ignorando una pregunta que debería ser mucho más relevante e importante, en vez de preguntarnos quiénes son los gamers, deberíamos cuestionarnos: ¿En realidad somos “gamers”? ¿“Jugamos” a “videojuegos”?
La palabra “gamer” es inglés para “jugadores” y un jugador es la persona que juega a un juego. “Jugar”, según la RAE, es hacer algo con alegría y con el solo fin de entretenerse o divertirse. Un videojuego, según la RAE, es un dispositivo electrónico que permite, mediante mandos apropiados, simular juegos en las pantallas de un televisor o de un ordenador. “Juego” es: acción y efecto de jugar. Y a partir de ahí es cuando todo esto empieza a dar vueltas y se torna en un bucle infinito. ¿Pero a qué quiero llegar con esto?
Los “videojuegos” siempre son asociados con diversión, como una forma de recreación y de entretenimiento, y aunque duela, no se suelen relacionar con conceptos más importantes para la humanidad o elegantes como el arte. Desafortunadamente, a los “videojuegos” se les mira como esos bichos raros que son los culpables de que los niños salgan mal en sus exámenes, como esos adefesios que solamente se preocupan por festejar la violencia mediante una puntuación que da recompensas. Y como no, se les sigue mirando como juguetes electrónicos, como formas de pasar el tiempo con los amigos y a veces, con familiares.
Pero eso no es del todo cierto, al menos en tiempos modernos. Estoy de acuerdo en que los “videojuegos” hayan empezado siendo una forma de salirse de este mundo para ir a aplastar goombas en el Reino Champiñón, pero eso ya no es así, eso ha cambiado. Yo no “juego” a “videojuegos”, no prendo el PS3 para divertirme mientras “juego” a Proteus, yo compro esas máquinas para recibir experiencias de todo tipo, para sentarme e interactuar con las obras de arte que han hecho sus respectivos autores. Y es que con experimentos como Journey o Dear Esther ¿por qué se les sigue llamando “juegos”? Títulos como lo son BioShock o Metal Gear Solid no están destinados a simplemente divertir, están dirigidos a mandar un mensaje o trascender más allá de este medio. Yo no recuerdo haber “jugado” a Heavy Rain, porque no me divertía mientras lo estaba experimentando, yo recuerdo haber sufrido la pérdida de un hijo mientras encarnaba a Ethan Mars. No tengo en mi memoria haber “disfrutado” de la pandilocura que fue ICO porque Fumito Ueda quería que uno sintiera cariño y una sensación de protección hacia Yorda, no que uno se riera porque había resuelto un mero puzle.
Entonces, ¿por qué son llamados “videojuegos”? ¿por qué nos llaman “jugadores”? claro que existen títulos como Super Mario o Call of Duty que solamente apuntan a divertir, pero esos no representan al medio en su totalidad. Es como si se le juzgara al cine de manera ruda solamente porque existe Transformers, pero no, no se hace porque se sabe que el cine es capaz de mucho más que ello. Y en los videojuegos, eso todavía no pasa. Se nos llama jugadores porque eso éramos en un principio, y para ser honestos, no es que estemos haciendo mucho para cambiar nuestra imagen. La guerra de consolas es un ejemplar de qué tan infantil sigue siendo este medio y el reciente #GamerGate expone a la industria del videojuego como un bebé que sigue estando prácticamente en pañales.
¿Y por qué es importante defender esto? la palabra “juego” o “jugar” siempre se relaciona con niños pequeños, con infantes que siguen gateando y que necesitan de ejercicios didácticos para aprender. Eso no somos nosotros, pero es la imagen que transmitimos gracias a una terminología desfasada. Y más importante aún, el arte no es cosa de niños, al menos en lo que se refiere a lo más reflexivo y profundo. No podemos seguir catalogando a todo lo que sale al mercado como un “juego”, porque al hacerlo, de alguna forma u otra estamos admitiendo que corresponde a niños. De esa manera, una obra como Depression Quest automáticamente se vuelve apta para un niño porque es un mero “juego”. Y aunque exista el PEGI y demás controles parentales, es común que a un adulto que se le ve jugando, se le clasifica como una persona que nunca creció o maduró en cierta forma. Aunque suene sombrío: tener diversión no es de adultos, y es un término que mucho menos se puede relacionar con las artes y el desarrollo clave del humano a través de la historia.
No recordamos a Picasso como alguien que nos hizo “divertir”, le estudiamos porque fue alguien quien, con su arte, nos maravilló con esas pinceladas tan innovadoras para la época. De la misma manera, en un futuro no deberíamos recordar a Lucas Pope como una persona que nos hizo “divertir”, en vez, la deberíamos apreciar como alguien que nos hizo ver temas políticos desde nuevos ángulos.
Un “juego” no es capaz de mandar un mensaje o de hacernos sentir cosas, sin embargo, una obra interactiva sí que lo es. Cuando piensas en un “juego”, piensas en fútbol, en las escondidas o hasta en el tres en raya, piensas en algo que te hace divertir, no en algo que te hace pensar sobre el mundo o la sociedad. Por supuesto que un cambio tan radical en la terminología sería difícil de llevar a cabo pues llevamos 40 años usando básicamente las mismas palabras, y hacer que todas las personas en el mundo adoptaran un nuevo nombre sería algo lento y tardado, pero si no nos preocupa este tema y si dejamos que se vaya aceptando poco a poco como una convención del lenguaje, se nos asociará junto a la cultura geek para siempre. Si no dejamos de decir que “jugamos” “videojuegos”, jamás se le verá al medio interactivo como algo serio, como algo que vale la pena. Jamás se le verá como el octavo arte.